Experiencias vargasllosianas de un narrador peruano post Vargas Llosa

vargas llosa aplaudiendo

Este texto del escritor Carlos Calderón Fajardo (1946-2015) no solo es un testimonio sobre Mario Vargas Llosa sino también la lectura lúcida y desapasionada respecto a la importancia  del autor de La ciudad y los perros en la historia literaria peruana. Fue leído en 2010, en la Feria del Libro de Guayaquil, poco después de la concesión del Nobel.

 

Por Carlos Calderón Fajardo.

Hasta hace unos días, no imaginaba que terminaría dando una conferencia sobre Vargas Llosa en Guayaquil. La culpa la tienen los gazmoños miembros de la Academia Sueca del Nobel, que parecen tener un complejo de descubridores de especímenes extraños, como Herta Müller o la austriaca Elfriede Jelinek. Han dejado de lado —como ya lo hicieron en su momento con Tolstói, Proust, Joyce o Borges— a escritores como Philip Roth. Mejor dicho, ni el propio Vargas Llosa se imaginaba que le sería concedido el Premio Nobel en 2010, un galardón en el que, muchas veces, los suecos anuncian al ganador como quien saca conejos de un sombrero.

En el Perú no hay un peruano, que no tenga una historia personal que contar sobre cuatro narradores que son como las patas de una mesa en donde nos hemos sentado a comer durante toda nuestra vida. Los peruanos no podemos sentarnos a conversar sino hablamos de gastronomía, por eso dije comer. Los platos infaltables cuando de degustar de la literatura peruana se trata son: Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce. A Arguedas, quien nos abrió los ojos al mundo andino y Ribeyro, que nos enseñó a escuchar la palabra del mudo, los conocí desde que tenía 20 años y fueron mis amigos toda la vida; Bryce fue mi amigo en París en los años 70. Mis historias personales sobre Arguedas y Ribeyro, que son muchas, las estoy escribiendo en un libro tentativo de “El libro de mis amigos”. Ahora que a Vargas Llosa le han otorgado el Nobel, mi sensibilidad y mi memoria ha entrado en ebullición y me doy cuenta de que cerca lo tuve siempre y cuán importante fue en mi formación como escritor. Siempre fue un referente, un modelo, indirectamente, como lo fueron personalmente para mí José María Arguedas y Ribeyro. Esta conferencia es el primer intento de incorporar a Mario Vargas Llosa en el libro de mis amigos.

 

1. Primer encuentro furtivo con Vargas Llosa.

Es el otoño de 1963 en Paris y Julio Ramón Ribeyro me dice: quiero que conozcas a alguien. Cada vez que Julio Ramón me decía algo así yo entraba en pánico. Yo tenía a la sazón 17 años y él que siempre quiso formarme a su imagen y semejanza, pero sabía que si lo lograba yo no iba a triunfar como escritor, y por ese se preocupaba de que yo conociera escritores importantes y tuviera roce socio-literario. Cuando me decía quiero que conozcas a alguien se me paraban los pelos en punta porque yo era enfermizamente tímido. En casa de Ribeyro conocí a mucha gente, entre ellos a escritores que hablaban mucho, como Donoso y Jorge Enrique Adoum, que me dejaron aún más mudo de lo que ya era. Pero esta vez la persona que quería presentar era ni más ni menos que Vargas Llosa. Él estaba en París y cuando Ribeyro me dijo que había organizado una comida en su casa para presentármelo, de un minuto al otro me convertí en un hombre muy pequeñito y asustado. La cita era en la casa de Julio Ramón en su departamento de la rue de la Reunion. Hasta la calle se llamaba “reunión” . En la reunión íbamos a estar solo los tres, me asusté mucho. Un día me bajé en el metro Nation, y nunca llegué a la cita, me fui al cementerio de Pere Lachiase que quedaba a una cuadras de la casa e Ribeyro donde estaban enterrados Proust y Oscar Wilde, al que la gente seguía rayando con obscenidades su tumba de mármol blanco. O quizás ni fui al cementerio y me quedé en el bistró de la esquina de la casa de Julio Ramón. La memoria me falla. A veces me acuerdo de mi primer encuentro con Vargas Llosa, que acepté  ir cuando Ribeyro me convenció que dos tímidos son más poderosos que un extravertido. Recuerdo que no abrí la boca ni una sola vez, que Vargas no me miró nunca ni me habló. Lo cierto es que aquella ocasión no era que yo no quería conocer a Vargas Llosa, sino quería que este encuentro se produjese cuando yo tuviera suficiente cultura y fama literaria para que no se decepcione de mí. Hasta ahora no lo conozco. Y he perdido ya la esperanza de conocerlo algún día. Y sin embargo siento que lo conozco mucho que ha sido mi amigo desde que empecé a escribir.

 

2. Un escritor engominado no puede ser un gran escritor.

Creo que fue el año 1967, cuando yo era estudiante de sociología en la Católica, un día que estaba jugando fútbol cuando varios abandonaron el partido, la cancha, y se fueron corriendo hacia una camioneta roja, de esas antiguas con la parte trasera descubierta donde se podía cargar muebles, cosas grandes. Yo también corrí hacia allí sin saber de qué se trataba. Trepé a una camioneta llena de gente que se iba a algún sitio que me debía parecer interesante. Cuando pregunté a donde iban me dijeron que a la Universidad Nacional de Ingeniería donde se presentaban Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, yo no me había cambiado mi uniforme deportivo, ni tuve tiempo para hacerlo. Sentí miedo y al mismo tiempo una gran conmoción, García Márquez y Vargas Llosa juntos, qué maravilla. Pero me va a reconocer me dije, claro que estoy más viejo, ¿pero qué pasa si Vargas Llosa me reconoce? Finalmente cuando llegamos había tanta gente en el pequeño auditorio de ladrillo caravista de la Facultad de Arquitectura que difícilmente Vargas Llosa iba a poder reconocerme. Los dos gigantes llegaron. García Márquez con una camisa amarilla con palmeras estampadas, con su cabeza crespa y su gran mostacho, Vargas Llosa con terno y corbata, con la cabeza impecablemente peinada. García Márquez parecía el corneta de la Sonora Matancera y Vargas Llosa el gerente de un banco. Un joven de pelo enmadejado que celebraba todo lo que decía García Márquez después de una intervención de Vargas Llosa, volteó y me dijo: Vargas Llosa nunca será un gran escritor. Por qué, pregunte intrigado. Y ese joven respondió: porque un gran escritor no se peina con gomina, me respondió. Esa fue una gran lección en mi vida como escritor, pero al mismo tiempo la primera imagen del prejuicio que siempre persiguió a Vargas Llosa en su patria, a partir de lo que su imagen representaba para mucha gente mediocre, que acostumbra a juzgar lo literario a partir de elementos no literarios.

 

3. La verdad y la mentira.

 En el Primer Congreso de Escritores Peruanos de Arequipa en 1968, se enfrentaron dos posiciones que habrían de marcar el debate de la literatura andina de los siguientes 50 años. De un lado estaban Vargas Llosa y Sebastián Salazar Bondy, del otro Alegría, Arguedas y Reynoso. Vargas Llosa no asistió al congreso pero envió un documento escrito que defendió Sebastián Salazar Bondy. En la otra trinchera estaba José María Arguedas y Oswaldo Reynoso. En el documento enviado por Vargas Llosa defendía su tesis sobre “la verdad de las mentiras”. La tesis de MVLl generó la respuesta indignada de Arguedas, afirmando que él no escribía mentiras, que para escribir mentiras prefería no escribir. Arguedas afirmó que todo lo que escribía era verdad. Sebastián Salazar Bondy habló de modernidad, defendiendo a Vargas Llosa y la verdad de la ficción. Reynoso se batió como un campeón con un discurso radical marxista. Desde esa vez la literatura realista peruana habría de escindirse en dos caminos irreconciliables: el de Arguedas que intentaba expresar la verdad de lo real, y los que parten de la realidad para crear un mundo ficcional autónomo de la realidad. Es un debate moderno al que ahora se le enfrenta una narrativa post-Vargas Llosa que apuesta por lo fantástico, lo metaliterario, lo géneros subalternos que van desde al policial al gótico. A esta tercera vía no le interesa ningún tipo de verdad. La verdad y la verdad de las mentiras, ya no importa tanto. El pacto con el lector es de otro tipo.

 

4. Segundo encuentro furtivo con Vargas Llosa

Ahora estamos en el Paris de 1978. El conserje de mi edificio, un portugués que me odia porque no entiende como así siendo yo quien soy siempre ando leyendo libros y él es conserje. Me alcanza un sobre muy pomposo. Nunca me había llegado un sobre tan elegante. Era el PEN Club francés que me enviaba una invitación para la recepción que le daban al presidente del Pen Club Internacional, Mario Vargas Llosa. Se decía en la carta que en este homenaje, Mario Vargas Llosa había manifestado su interés de estar acompañado por escritores peruanos y por eso motivo se me invitaba. Después me enteré de que los otros invitados eran Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce, y el poeta Rodolfo Hinostroza. Me quedé frío, algo estaba mal porque yo no tenía ni de lejos los méritos de los otros invitados. Vargas Llosa no me conocía, ¿entonces cómo es que aparecía entre esa lista selecta de invitados? Empezó mi aventura. Necesitaba un buen terno, nadie tenía terno en París. Por fin encontré uno, me lo prestó el viejo embajador peruano y poeta surrealista Enrique Peña; el terno apestaba a naftalina, pero a pesar de su corte algo antiguo era elegante, pasaba piola. Así que me puse el terno que don Enrique Peña me dio y me fui a la famosa comida en el Ritz. Cuando llegué a la puerta me encontré con una mancha de jóvenes escritores peruanos; mestizos, con sus ternos descuadrados, el pantalón y el saco no coincidían, o es que no se habían puesto corbata en toda su vida y menos en París, intentaban ingresar encorbatados a la comida, sin lograrlo. Se entraba con tarjeta. Yo me acerqué a la persona que decidía quién ingresaba al Ritz y quién no, y le dije s´ il vous-plait, monsieur, informe al señor Vargas Llosa que afuera hay una decena de notables escritores peruanos que desean acompañar a Mario, su compatriota, en el homenaje. Muy cortésmente el funcionario del Pen Club Francés nos explicó a los airados escribas peruanos que era imposible acercarse al escritor, que nos retiráramos porque no íbamos a entrar nunca, –más de uno se sintió el K del Castillo de Kafka–, se entraba sólo con tarjeta y el escritor homenajeado había hecho llegar a una lista de los escritores peruanos que quería estuviesen presentes. Entonces la protesta se hizo más enardecida, me auné a los gritos en la puerta, a lo que vociferaban: ¡abajo el Pen Club, fuera la CIA de la literatura latinoamericana!, ante los aplausos de esa muchedumbre de diez personas, a esa hora ya todos se habían quitado la corbata, yo decidí romper públicamente mi tarjeta y no ingresar a la comida y nos fuimos con mis amigos a rajar de Vargas Llosa en un cafetucho cerca al metro Mabillon, protesta que consistió en rajar de Vargas Llosa hasta altas horas de la madrugada bebiendo el vino barato de los clochards. Cuando llegué a mi casa y al buscar en mis bolsillos descubrí signos de todo tipo que había estado en una comida en el Ritz, desde una cucharilla hasta una servilleta membretada. Lo curioso es que recordaba lo que había soñado esa noche: que había estado en una comida con Vargas Llosa y que el escritor no me había mirado nunca, y no me había mirado porque no sabía quién era yo, estoy seguro de que aún ahora no lo sabe, y me he resignado a que alguna vez lo sepa.

 

5. Dime cómo llamas a Vargas Llosa y te diré quién eres.

No todos llaman en el Perú a Mario Vargas Llosa de la misma manera. Los que alguna vez tuvieron la suerte de conocerlo lo llaman Mario, a secas. La mayoría de los peruanos lo llama Vargas Llosa. Cuando alguien quiere referirse a él de manera respetuosa lo llama con su nombre completo: Mario Vargas Llosa. Varguitas es el nombre del personaje de la novela autobiográfica La tía Julia y el escribidor así lo llaman ahora algunos con una simpatía irónica. Cuando Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros, época en que tenía ideas de izquierda, y simpatía por la Revolución Cubana, los sectores conservadores de derecha, decían que el escritor era más Vargas que Llosa, los mismos sectores ahora dicen que Mario Vargas Llosa es más Llosa que Vargas y se han escrito a propósito del Premio Nobel notas extensas sobre el origen aristocrático, el arequipeñísimo apellido Llosa, y nadie menciona el apellido Vargas. Es muy insultante llamar a Mario Vargas Llosa, Mario Vargas, como hizo un escritor peruano galardonado en su penúltima novela.

 

6. Viaje a una identidad narrativa leyendo a Vargas Llosa.

Cuando Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros (1963) el impacto entre los narradores peruanos fue parecido al de un tsunami. Los dos siguientes libros terminaron por edificar un rascacielos sobre nuestros hombros. Corrimos a refugiarnos en el lenguaje coloquial, en la variopinta oferta de la lengua hablada, desde el coloquialismo de la alta burguesía de Bryce, a la jerga popular en la pluma de escritores pequeño-burgueses identificados con lo popular: este coloquialismo literario llegó a alcanzar una gran exquisitez cuando abordó el lenguaje de los afrodescendientes del Perú con Gregorio Martínez y Antonio Gálvez Ronceros, escritores de izquierda ambos. Había que escribir distinto a Vargas Llosa. Pero no sólo escribir sino ser distinto a Vargas Llosa, él que se movía en las grandes esferas del jet set de la literatura mundial, luego fue casi un grito de combate ser ideológicamente opuesto a Vargas Llosa y por supuesto combatir y denunciar sus posiciones reaccionarias. Aún ahora después del Nobel, es muy elegante denostar al Vargas Llosa escritor condenándolo por sus ideas políticas, cuando nos parece que sus ideas políticas han cambiado y la realidad política también. Y el lenguaje de la calle era un terreno ajeno a Vargas Llosa, porque a Mario siempre el lenguaje les sirvió para edificar estructuras y no para no echar a andar un estilo. La casa verde (1965) una novela en la que tres historias se entretejen incluso en una sola frase, nos hundió en la maravilla del prodigio técnico y envejeció a todas las escrituras peruanas de novela anteriores a él, después de esa novela se instaló la modernidad en la narrativa peruana para siempre. Antes y después de La casa verde, y Los cachorros (1968) escribir de manera lineal ya no fue posible. El impacto fue más fuerte en unos que en otros. En algunos fue estilístico, como es el caso de la primera novela de Miguel Gutiérrez, El viejo saurio se retira o Los hijos del orden de Luis Urteaga Cabrera, con la que ganó el premio argentino Sudamericana de novela, siendo muy buena novela era excesivamente vargasllosiana. En otros, como es mi caso, el impacto fue de otro tipo: MVLl introdujo en mi mente la idea que el escritor al escribir una novela creaba un mundo ficticio, distinto al real, autónomo de él, y que sus novelas quebraban el viejo modelo realista de corte naturalista, pintoresco, empedrado de buenas intenciones que caracterizaba a las novelas anteriores a las suyas. Lo apodaron a Vargas Llosa “el sartrecillo valiente”, no solo porque era muy sartriano, sino porque como el cuento de El Sastrecillo Valiente, las novelas de Vargas Llosa mataron a siete moscas de un solo golpe. Después de Conversación en La Catedral (1969) caímos rendidos todos, el deslumbramiento ya no sólo fue sólo técnico sino ante una obra de alcance universal. Los que escribimos en la década del 70, difícilmente somos comprensibles sin las novelas de Vargas Llosa.  Pero Mario Vargas Llosa, que luego influirá en escritores de otro tipo, y de otra clase social, como Alonso Cueto, Roncagliolo, y en Bayly hasta la caricatura, porque Bayly imitaba hasta su manera de hablar. Sin embargo, este magnífico escritor, que todos admirábamos se movía, y lo hizo desde el inicio en las grandes esferas de las editoriales españolas inaccesibles para los escritores peruanos. Pero el encanto se va a romper cuando Vargas Llosa candidatea a la presidencia de la República como candidato derechista con el FREDEMO la lectura de Vargas Llosa ya no es la de sus novelas sino la de él mismo como personaje. A partir de ese momento muchos relativizan el valor de su obra, calificándolo como “intelectual orgánico de la internacional neoliberal conservadora”. La guerra del fin del mundo va a ser la última novela con la que los narradores peruanos post-Vargas Llosa se identifican. La novela que transcurre en Brasil, en el fondo alude a Sendero Luminoso, a la militancia política como religión y al líder luminoso, al fanatismo. Es la gran novela sobre la guerra subversiva, que la crítica nunca consideró como tal, que se completa con La historia de Mayta donde la intencionalidad política daña el valor estético de la obra. Pero la pregunta está ahí: si Vargas Llosa es un neoliberal de derecha, “un esbirro del imperialismo” como acaba de ser calificado aún después del Nobel en la importante revista del periodista César Hildebrandt: “Hildebrandt en sus trece” (nº 26, 15 de abril, 2010). O si Vargas Llosa es el gran escritor obsesionado por las decisiones individuales, libres en el marco de los grandes hechos históricos. De los 90 para adelante nos va a ser difícil separar al escritor del político. Lo que nos va a impedir apreciar La fiesta el chivo, gran novela. Las travesuras de la niña mala, novela muy personal de Vargas Llosa, en la que expresa el gran problema de su existencia, que es también el mío: el amor-odio con su patria, con el Perú. Esto implica personalmente: la tensión entre la identidad y la identificación. Entre la identidad que no determina que no elegimos, y la identidad elegida libremente. El conflicto entre la identidad nacional, y nuestras identificaciones cosmopolitas, entre lo particular y lo universal, entre el Perú y el mundo.

 

7. Premonición sobre el Nobel

Faltando una semana para que se otorgue el Premio Nobel de Literatura 2010 me invita a escribir un artículo sobre quienes pienso que son los favoritos a ganar el premio este año. El artículo con el título “El margen de error sueco” fue publicado por la revista Caretas (Nº2150) el 7 de octubre del 2010, es decir la revista se cuelga en los quioscos a las 7 de la mañana a la misma hora en que es anunciado Mario Vargas Llosa como ganador del Premio Nobel. En el artículo, luego de señalar los errores de los suecos, y los posibles favoritos escribo sobre mis favoritos: “Mario Vargas Llosa, gran novelista y ensayista, sin el cual no se entendería la novela moderna en lengua española; versátil, de muchos registros, autor de varias obras maestras de valor universal, ensayista notable y teórico de la literatura de gran trascendencia. Abona a favor de Vargas Llosa que los últimos premios Nobel han sido para escritores en lengua alemana, portuguesa, inglesa y francesa, y ahora le toca a uno en lengua castellana, el último fue Octavio Paz hace exactamente 20 años. Mario Vargas Llosa es a nuestro criterio, el escritor vivo más trascendente de nuestra lengua”.

El Premio Nobel nos ha reconciliado a los peruanos con Mario Vargas Llosa y creo que por fin a Vargas Llosa con la niña mala, con el Perú. Él declaró en Nueva York ni bien se enteró de que había ganado el Premio:  “Soy el Perú”.

 

 



No hay comentarios

Añadir más